28 enero 2009

Todo lo dejo a medias

Pero quien soy yo para negarme a dejar las cosas medias cuando detesto los finales. Y es que los finales dejan esa amarga sensación de que ya nada se puede hacer, de que todo está dicho, de que la moneda ya fue lanzada. Es mejor tener la expectativa de que el final se acerca pero nunca llegar a él; vivir con la emoción que da el no saber como terminarán las cosas. Cuando se llega al final esa emoción se acaba y que aburrido que flojera.

Por eso yo prefiero vivir a la mitad de la historia, cuando la trama se empieza a hacer monótona pero aún quedan muchos detalles cruciales que revelar. Es por eso que siempre procuro tener mi vida en ese hermoso punto medio.

¿Y cómo? Fácil, dejando todo cuando apenas empieza a prosperar: el gimnasio, las clases de inglés, las clases de cómo ir a las clases de inglés, los guiones, los cuentos, la novela de nanowrimo, la bufanda que tejía, las clases de pintura, el álbum de estampas de Batman, los noviazgos, las lecciones de manejo, el sándwich de hoy en la mañana... la tesis (la maldita tesis).

Pero yo lo veo de esta forma, ahora me queda la esperanza de algún día terminar esas cosas que dejé a medias; si las hubiera terminado, ahora carecerían de sentido. Por eso me propongo dejar todo a la mitad, y vivir con la intriga y la emoción de ver en qué acaba todo.

12 enero 2009

Volví

Odio Diciembre.

Pero dejaré de lado el cliché de odio diciembre porque odio la navidad (que también la odio, pero me da flojera explicar mis 23 432 razones por las cuales odio la navidad). No señor, yo odio diciembre porque me obligan a visitar a los familiares que el resto del año ignoro por ser una retraída social que olvida fechas importantes, cumpleaños, santos, lecturas de herencia, funerales y fiestas de guardar. Y no es que tenga algo contra ellos, pero es que básicamente soy una retraída social. Así que no son ellos, soy yo.

En fin, en diciembre me obligan a recorrer kilómetros y kilómetros de carretera para visitarlos, darles el abrazo correspondiente, contarnos anécdotas, saludar a los abuelitos y ver que sigan vivos, contar más anécdotas, comer cosas grasosas, contarles que no he hecho nada de mi vida y despedirnos prometiéndonos volvernos a ver pronto. Cosa que no ocurre.

Y no es que odie ver a la familia (aún no llego a ese punto) lo que odio son las interminables horas en el camión, las carreteras, las bienvenidas, las despedidas, empacar y desempacar... pero sobre todo, odio que me separen de mi rutina inútil que tengo que dejar de seguir por complacer a todos con mi presencia.

Pero ya volví. Y juro por Buda que retomaré mi rutina inútil, es más, la haré más inútil que nunca.