Pero quien soy yo para negarme a dejar las cosas medias cuando detesto los finales. Y es que los finales dejan esa amarga sensación de que ya nada se puede hacer, de que todo está dicho, de que la moneda ya fue lanzada. Es mejor tener la expectativa de que el final se acerca pero nunca llegar a él; vivir con la emoción que da el no saber como terminarán las cosas. Cuando se llega al final esa emoción se acaba y que aburrido que flojera.
Por eso yo prefiero vivir a la mitad de la historia, cuando la trama se empieza a hacer monótona pero aún quedan muchos detalles cruciales que revelar. Es por eso que siempre procuro tener mi vida en ese hermoso punto medio.
¿Y cómo? Fácil, dejando todo cuando apenas empieza a prosperar: el gimnasio, las clases de inglés, las clases de cómo ir a las clases de inglés, los guiones, los cuentos, la novela de nanowrimo, la bufanda que tejía, las clases de pintura, el álbum de estampas de Batman, los noviazgos, las lecciones de manejo, el sándwich de hoy en la mañana... la tesis (la maldita tesis).
Pero yo lo veo de esta forma, ahora me queda la esperanza de algún día terminar esas cosas que dejé a medias; si las hubiera terminado, ahora carecerían de sentido. Por eso me propongo dejar todo a la mitad, y vivir con la intriga y la emoción de ver en qué acaba todo.