27 agosto 2008

Reflexiones que hice mientras tomaba una taza de café que sabía rancio.

Y es que suelo reflexionar mientras bebo café rancio.

Estuve pensando ampliamente el por qué de mi amargadez. Y es que varias personas me han dicho que soy una amargada, y yo sonrío y lo tomo como un halago. Porque siempre he preferido ser una amargada de lo peor a una optimista soñadora. Soy terriblemente realista y creo firmemente en que cuando las cosas están yendo mal, se van a poner mucho peor. Y así siempre ha sido.

Alguna vez dije que odio a la gente feliz, y es cierto, pero quizá ese odio se deba a que envidio la manera en la que pasan por alto tantas razones que hay para no ser feliz; los odio porque en el fondo me gustaría ver las cosas de una manera más simple, como ellos.

Y cuando estaba acabando con mi café rancio me cayó el veinte de todo y llegué a esta certera conclusión: todos, absolutamente TODOS (aunque tratemos de ocultarlo con nuestra amargadez o pesimismo o desenfado o drogas) en el fondo deseamos que el libro de nuestra vida tenga todos esos detalles felices que le dan sentido a la existencia; que por ahí de la página 100 aparezca la persona ideal que nos rescate de la soledad y que a pesar de todos los conflictos de las siguientes páginas siempre haya un final feliz. En el fondo todos queremos que nos pasen cosas buenas, en el fondo todos esperamos el amor ideal y romántico, en el fondo todos queremos ser felices.

Lo bueno que siempre está la realidad para azotarnos la cara.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Yo odio a los optimistas por que estoy segura que para serlo el primer requisito es ser un rematado imbécil.

Y odio a los imbéciles.

Y a gran porcentaje de la humanidad.

No creo que se amargura, es simplemente rehusarse a ser feliz por lo que no vale la pena alegrarse.

Taquero Narcosatánico dijo...

Si, a veces uno quisiera que el libro de su vida tuviera dibujitos.